Kristel Latecki
La música de Juana Molina es de una compleja artesanía. Su herramienta principal es su habilidad para hallar una belleza única, extraña; simple y a la vez compleja. Con su ojo y oído particular le encuentra el alma a sonidos electrónicos o reverberaciones amorfas y con letras en idiomas inventados logra transmitir una evocativa expresividad.
Juana construye delicadamente sus discos como mundos paralelos y Halo, su más reciente disco que continúa una apertura sonora comenzada en Wed 21 (2013), es uno variado, excéntrico y atrapante. Cada canción significa un paso más hacia la profundidad de su vegetación alta y ambientes húmedos, o hacia claros de bosques incinerados donde llueve ceniza. Hay elementos mágicos, pociones de amor y desamor, huesos desenterrados y espejos reflejan a uno mismo, al escucha, a Juana. Es por momentos inquietante, por otros profundamente dulce. Es un mundo de belleza intrínseca y evidente, solo hay que transitarlo con atención.
Pero esta artesanía no es casual, sino fruto de un minucioso trabajo. Desde sus comienzos Juana se encargó de crear y ensamblar cada una de las partes musicales, pero ahora integró a la grabación a los músicos Odín Schwartz y Diego López de Arcaute, así como también a su colaborador de larga data, el ingeniero Eduardo Bergallo.
Juana, desde su casa en las afueras de Buenos Aires, cuenta cómo realiza su artesanía compositiva y su fascinación por la construcción de sus canciones.
Después de tanto tiempo de grabar en tu casa decidiste levantar el campamento y grabar en el estudio Sonic Ranch de Texas, ¿cómo cambió tu manera de componer o grabar con ese desarraigo?
Más que nada el cambio fue grabar allá. Yo ya había trabajado mucho en casa, durante casi dos años, pero había cosas que faltaban. No sé, medio me convencieron entre el ingeniero (Eduardo Bergallo) y Odín (Schwartz), que es uno de los chicos que tocan conmigo. Me parece que ellos tenían más ganas de divertirse. Son como más fierreros, les gusta tener el nosequé y el nosecuánto. Al principio yo estaba un poco reacia, pero al final salieron muchas cosas ahí, porque había muchos instrumentos que yo no conocía, y siempre un instrumento nuevo o un sonido nuevo te propone cosas y te dan ganas de componer algo que sin eso no podrías hacer nunca.
Además este es un estudio que tiene millones de instrumentos. Me imagino que debe haber sido una búsqueda en sí misma.
Sí, ese lugar es divino, es lo máximo. Estás en el medio del desierto. Es como estar en mi casa en ese aspecto, porque el estudio está a disposición, vivís ahí, comés ahí, estás todo el tiempo ahí, entonces no hay distracciones.
Está en el medio de un campo de nogales, ¿no?
Sí, es un desierto que artificialmente se riega para cultivar estos nogales en una plantación tan enorme como disparatada.
¿Esos son los mismos nogales aparecen en uno de los temas?
En Sin dones. “Cuando vi que quemaban los nogales”. Esa frase la saqué ahí, porque justamente veíamos que los quemaban. Pensábamos “cómo es que están quemando todo esto”, porque no era que hacían un fueguito, no. Estaban quemando las cosas que les sobraban. Pedazos de madera que los veía y se me partía el corazón, porque soy una coleccionista de leña (risas). Cuando veo leña o madera que sirve para quemar me viene como una especie de frenesí. No sé qué me pasa. Lo veía como un desperdicio tan horroroso.
¿Qué quedó de aquellas sesiones?
Quedaron bastantes cosas. Por ejemplo, en la canción Lentísimo (Halo) yo tenía la melodía y la guitarra, la base esencial de la canción, y quedó toda la parte del clima. Todos esos sonidos que no se entiende qué es lo que está pasando. Entra un reverb que no me acuerdo como se llama. No es un plugin, es una reverberación física. Eso para mí es una de las cosas más importantes que quedaron.
Pero ahí se terminaron de armar las ideas de las canciones. Había una en la que quería grabar otra guitarra porque no me gustaba el sonido original. Grabamos 150 mil guitarras y terminamos con la original. Ahí me di cuenta que la manera que tengo de hacer las canciones: tímbricamente lo que va al principio es la base de lo que viene después. Entonces todos los sonidos que se suman están en función de ese que ya estaba. Le sacás el inicial, aunque no esté muy bueno, y todo lo que está arriba se deshace. Esa canción no quedó en el disco de todos modos, porque er
a muy largo. Y para la próxima vez ya sé que si no me gusta una guitarra tengo grabarla de entrada.
Odín y Diego (Diego Lopez de Arcaute, baterista) querían convencerme de que saliera de los sonidos que vengo usando habitualmente. Diego hinchó mucho para tocar ciertas baterías que para mí ya estaban. Y al final tenía razón, porque es lo mismo pero mejor. A mi a veces me cuesta soltar las primeras ideas, son medio agarrada con todo.
¿Dejar de trabajar tanto sola e incorporar a Odín y Diego en el proceso te ayudó a soltarte más?
Claro, siento que el proceso fue ese tubo en el que me meto siempre, y que de golpe se abrió y acumulé un montón de cosas que hicimos con los demás. También estuvo John Dieterich de Deerhoof que colaboró con unas guitarras para mí impensables. Al principio decía “no, pero esto no tiene nada que ver conmigo”, y después se hicieron esenciales en las canciones, Sobre todo en In The Lassa, que es el leitmotiv del tema. Me vine con una bolsa llena de cosas y después tuve que meter todo eso de nuevo en el tubo. Pero me parece que salí beneficiada.