Después de editar el disco y tocar bastante acá en Montevideo, decidiste irte a Colombia. ¿Qué te motivó a tomar esa decisión?
La pareja y ganas de aventurarnos. Amo el Uruguay pero hace un par de años, desde que empecé a ir a Buenos Aires, sentía que la calma de nuestro país me estaba “tragando” un poco. O sea, que ya no lo vivía como calma sino como algo más «down». Así que se dió la oportunidad de aventurarme y la aproveché.
Has vivido mucho tiempo en otras ciudades. ¿Cómo vivís el desarraigo? ¿Cómo cambió tu vida allá?
Mirá, cuándo llegué a Colombia sentí una mezcla de cosas, lindas y feas. Respecto al desarraigo sentí un «tironcito», algo así como una herida que pica porque está terminando de cicatrizar y lo asocié, entre otras posibles razones, a la vivencia de cuando mi familia volvió desde Brasil al Uruguay después del exilio. Muchos de mi generación, hijos de exiliados por la dictadura, e incluso capaz nuestra cultura rioplatense de hijos y nietos de inmigrantes, portamos, más menos, esa data pesada y nostálgica que se actualiza en las despedidas.
Al llegar, ¿cómo viste a la escena musical colombiana? ¿Te fue fácil o difícil meterte y conseguir shows?
La música colombiana, como dicen acá, ¡es una chimba! La diversidad cultural es inabarcable. Sólo para ejemplificar, no porque lo tenga “controlado”, tenés champeta, currulao, raspa, ballenato, cumbia, salsa de Calí. ¡Tienen muuuucho swing!
Ahora, en lo que refiere a la tradición cancionista, hay un universo con más énfasis en la palabra, y por lo que he compartido con colegas, todavía no hay una identidad muy definida. No tienen tantos referentes como nosotros allá. De hecho, admiran mucho a Cabrera y Jorge Drexler por ejemplo. Lo que he percibido son cantautores más identificados con un discurso plan “nueva trova” cubana y otros más plan Fito Paéz o Cerati. ¿Me explico? Es una percepción nomás.
No fue difícil integrarme a la escena musical porque tenía buenos contactos y también, por lo que mencionaba, hay sed y también un espíritu de ayuda mutua en el mundo “cantautoril” por decirlo de algún modo. No me identifico mucho con la palabra cantautor pero lo cierto es que al tocar sola con la guitarrita es la categoría que más se adecúa. Los músicos colombianos que he conocido han sido muy generosos, compartiendo contactos, invitándome a tocar, etc. Y se nota que la onda es así entre ellos. Hay menos “amigocracia” que allá creo.
Es un país que tiene una enorme riqueza musical, ¿has explorado en ese terreno? Ya que tu música es muy globalizada, ¿sentís que es algo que se podría permear en tu composición?
Ojalá pueda permear mi obra. Hace poco aprendí mínimamente un arpegio de cumbia e hice una canción que voy a grabar con Los Yoryis, una banda de acá que hace una fusión de ritmos folclóricos con una sonoridad más psicodélica y rocker. Usan distorsión y exploran por ese lado. Es muy interesante. Creo que la música colombiana tiene mucho para innovar y crecer. En charlas con colegas, me han dicho que las bandas jóvenes empezaron a darle valor al folclore. Antes se miraba más a las bandas de rock argentino.