Después de haber crecido rodeada de música Lucía González editó su primer disco a los 34 años. Cinco años después llega con su segundo trabajo, Solar.
Kristel Latecki
Lucía González creció inmersa en un mundo musical. Su padre fue durante 30 años la primer trompeta de la Orquesta Sinfónica del Sodre, su madre, aunque no se dedicó a la música sino a la historia y sociología, tenía buen oído. Cantaba y tocaba el piano muy bien. Su hermano Hernán toca la batería y el trombón, y hace actualmente música para películas (por ejemplo La casa muda y Mi mundial), y su hermana Margarita es flautista del Sodre.
“Mi casa era una especie de conservatorio”, cuenta Lucía. “Mi padre practicaba en el cuartito del fondo. Mi hermana practicaba en el cuarto al lado del mío y mi hermano también estaba todo el día haciendo ejercicios. Entonces siempre había mucho quilombo, gente entrando y saliendo, ensayos, gente practicando”. Los instrumentos desperdigados eran parte del decorado de la casa. Ir a ver a la Orquesta era parte de la rutina, también lo era ver a su padre en la tele cuando el viejo Canal 5 pasaba los conciertos.
A los 7 años Lucía decidió continuar el linaje familiar y empezó a aprender violín, aunque nunca supo muy bien por qué eligió ese instrumento. Enseguida su padre la mandó a clases de música y solfeo, y estudiaba meticulosamente. Según le dice su hermano, era una nerd. “Lo que pasó fue que… como mi familia es muy de la música clásica, si vos te dedicabas a un instrumento, te dedicabas”, cuenta Lucía. “Tenías que estudiar pila. Y en un momento me di cuenta que no quería hacer eso. No quería ser un músico de conservatorio y estar mil horas. Quería ir por otro lado, entonces me empecé a desanimar y lo dejé”.
Su padre, por supuesto, se entristeció y se sintió culpable de haberla presionado demasiado. Pero en realidad la culpa fue de la adolescencia. “No estaba para estar encerrada practicando 3, 4 horas por día”, explica. “Al principio todos se re desanimaron, pero después se dieron cuenta de que no quería ser músico de orquesta. Está de más, me encanta y me encanta que mi familia lo haga e ir a los conciertos, pero no es lo que a mí más me llega”.
Su entorno de amistades era una continuación de su vida familiar: también estaba conformado por músicos, más precisamente miembros de Elefante y Plátano Macho. En los ensayos a los que ella iba, de vez en cuando la incentivaban a cantar. “Como que estaba ahí pero me daba un poco de cosa. Pero siempre tuve presente que en algún momento iba a hacer algo”.
Pero en el medio se desvió. A los 20 años se fue a vivir a Barcelona y estuvo allí durante cinco años. Quería conocer el mundo, ser independiente, conocerse a sí misma, descubrir qué era lo que quería hacer. Trabajaba en bares y estudiaba fotografía. Pero en esos años que, en sus palabras, “se divagó”, se encontró de nuevo pensando en Uruguay, en su entorno y en la música. “Cuando volví dije ‘es el momento’, acá era donde tenía a todas las herramientas y conozco a gente”, afirma.
Fue también en su regreso que comenzó su relación con Gabriel Casacuberta. “Yo a Gabriel lo conocía de la época de Plátano Macho, desde que tenía 16 años. Él era parte de mi barra de amigos, pero era uno más. Y cuando volví de Barcelona estaba soltera, él se estaba separando y justo coincidimos un verano en la casa de Luciano Supervielle, y ahí fue que empezó a pintar una onda que nunca había pintado. Y nos ennoviamos. Después, estando juntos, fue que dijimos ‘hagamos esto’”.
Fue un camino largo para Lucía González, pero finalmente editó su disco debut que lleva su nombre, en 2012, a los 34 años. Dueño de atmósferas vaporosas, instrumentaciones interesantes, y fundamentalmente, canciones pop (en su mayoría) en inglés. Una de sus canciones, Propergol, fue versionada por Bajofondo y terminó en el disco Presente. Lucía González fue un trabajo hecho mano a mano, a puertas cerradas y en pareja.
¿Necesitabas un incentivo externo para animarte a componer?
Sí, en realidad creo que sí. Yo sentía que no podía hacerlo todo sola. Necesitaba de alguien que me ayudara a producir, a armar las canciones. Yo tenía muchas ideas pero no sabía bien cómo hacerlas, no podía hacer una canción de principio a fin. Y Gabriel fue ideal. Nos empezamos a mostrar cosas, y él enseguida entendió por dónde venía la cosa y lo que yo quería hacer.
¿Hasta ese momento no habías compuesto ninguna canción?
No, nada. Esto demoro unos años. En una época Gabriel viajaba mucho con Bajofondo, la mitad del año estaba de gira, literalmente. Y él lo que hacía era dejarme algo grabado, una base de batería, de repente con un pianito o un bajo. Y yo le grababa cosas encima: cantaba, grababa una guitarra. Así empezamos a hacer cosas. Yo aprovechaba el momento que él no estaba para hacer algo. Porque hay una parte de la composición que yo no puedo hacerla con Gabriel ni con nadie. Tengo que hacerla sola, me da vergüenza hacerla si está Gabriel ahí en la vuelta.
¿En algún momento venciste esa vergüenza o la seguís manteniendo?
Yo creo que ahora, por suerte, la vencí bastante. Igual creo que soy un poco tímida, pero al principio imaginate, pasar de no hacer nada a hacer un disco y empezar a tocarlo… Es un día ir y subirte al escenario. En realidad ese momento fue mucho mejor de lo que pensaba. En los primeros toques en vivo, que pensé que iba a estar re nerviosa, en realidad estuvieron buenísimos. Uno a veces se hace la cabeza y en realidad eran cosas mías, construcciones que me había hecho sin nunca haberlo vivido.
¿Y cómo reaccionaron tus amigos músicos ante este proyecto?
En realidad todo el mundo estaba re copado. Creo que tampoco les extrañó tanto porque de alguna manera siempre fui muy melómana. Entonces, fue una cosa bastante natural.
A mí me gusta la forma en que se dieron las cosas, me doy cuenta que fue medio atípico, porque la gente lo hace de otra manera: se junta con los amigos, se pone a ensayar, en un momento graban unos temas pero mientras ya tuvieron algunos toques. Me doy cuenta que lo mío se dio en una manera medio rara. Pero re disfruté el proceso.
Fue un proceso re largo también.
Sí, fue un larguísimo. Y del otro disco a ahora también.
En las próximas semanas se editará Solar, el segundo disco de Lucía, que sin quererlo comenzó a postergarse hasta ver recién la luz este año. “Es re difícil terminar un disco”, dice la artista. “Podés irlo haciendo durante años pero terminarlo es tremendo laburo. De todos los puntos de vista: emocional, horas de trabajo, todo”.
Es un trabajo que según confiesa, le costó más que el primero. La producción empezó en 2014, y canciones que datan de ese entonces conviven con composiciones más nuevas. Dejó que las canciones maduraran a su ritmo, y se fueran transformando gracias al tiempo. El modo de composición que tiene el dúo lo define como algo libre y despojado, regido por la sinceridad.
Luego de hacer un disco a dúo, en esta ocasión Lucía incorporó a su banda y a algunos amigos en el proceso de composición y grabación. Por ejemplo Nandy Cabrera (tal vez más conocido por su nombre de DJ: Selectorchico), la ayudó a crear y prestó su voz para La Colombe, canción en francés que abre el disco. Pero fue por influencia de su banda, compuesta por varios miembros de Adan Yeti, que su música adquirió una cualidad más psicodélica y viajera. Eso, sumado a la curiosidad, el conocimiento y la introducción de instrumentos atípicos por parte de Gabriel, crearon un tapiz sonoro diferente y más exuberante.
¿A la hora de empezar este disco tenías impuesto algún desafío o ganas de hacer particularmente algo?
Hay una cosa en este disco bastante distinta al primero, que es la voz. Cómo está procesada la voz. Capaz que viene un poco por la música que empecé a escuchar ahora, que tenía mucha voz procesada. Quería que mi voz sonara de una manera distinta, y me parece que en este disco se logró.
Y desde el punto de vista del sonido, más allá de la composición de las canciones, yo quería que sonara más como una banda. El otro no tenía ninguna batería, por ahí tocábamos y hacíamos samples, pero no tenía el feeling de un batero. Y en este disco está todo grabado.
Ahora escucho las canciones viejas y las siento muy cruditas, muy sin nada. Me parece que le aporta un montón poder jugar con los efectos de la voz, le das otros climas, cosas distintas.
Vos tenés un estilo de cantar muy particular y susurrado, ¿cómo fuiste trabajando tu voz?
Lo que pasa es que antes del primer disco nunca había cantado. Ahora, después de cantar en vivo durante varios años, de alguna manera mejoré. Aunque ta, no soy Adele. En el momento de grabar quería que mi voz sonara aireada, así que aprendí a cantar con aire. De hecho, este disco es mucho más difícil de hacer en vivo que el anterior, porque es difícil cantar con aire, y como es muy agudo también, te cansa. Hay gente que naturalmente ya tiene la voz así, yo tuve que trabajarlo para grabar y lo sigo trabajando para poder cantar en vivo. Para mí fue un desafío. Fue un punto bastante importante en este disco.
¿Tenías alguna referencia de cómo querías sonar?
Hay una mina que me gusta mucho que es Melody’s Echo Chamber, ella es mi ídola, me encanta. Cuando escuche su disco fue… wow. Me encanta cómo suena la voz, me encanta cómo está laburado el disco. Lo produjo todo Kevin Parker (líder de Tame Impala). Ahí se me abrió algo. Igual toda mi vida escuché a cantantes de ese estilo, con las voces suaves y bastante susurradas. Pero ella tiene otro twist, por cómo está producida. Podría decir que ella me inspiró bastante.
Hay muchas cosas que me inspiran, no solo de mujeres, también la forma en que está producida la música. Son cosas que escucho como Mac Demarco, toda esa gente me encanta. Son personas que graban de una manera totalmente distinta, y llegan a unos lugares que suenan nuevos pero tienen pila de cosas viejas que me encantan. Es lo retro y lo nuevo todo junto.