A veces uno utiliza la palabra «vanguardia» y sin querer exagera. Y otras veces no hay ningún término que defina mejor a un artista cuya visión, década tras década, se ubica permanentemente más allá del horizonte. Laurie Anderson es una de esas artistas.
Desde los años 70, las ideas y las producciones de Anderson la colocaron como una de los referentes más interesantes y ricas del arte performático. A lo largo de su carrera ha combinado artes disímiles y compatibles (la poesía, la música, la realidad virtual, el cine, el desarrollo tecnológico, algunos tintes de humor) para hablar sobre la realidad, uno de sus mayores intereses. «Soy una periodista» le dijo a New York Times, una preocupada por capturar y principalmente describir el zeitgeist, sea en los momentos oscuros de la administración de Reagan como en la actualidad, donde intenta encontrarle sentido a era Trump y a la creciente falta de empatía.
Pero para crear cada una de estas piezas arraigadas en lo que sucede en el presente, Anderson creó un tipo de arte que no ha perdido vigencia en el futuro. A principios de los 80 estrenó su fundamental performance United States, del cual se destacó la pieza O Superman, y sin quererlo se transformó en mayor éxito comercial. Al escuchar ese tema hoy no solo produce escalofríos hoy sino que musicalmente se lo podría acercar (por supuesto con distancias) a lo que artistas como Fever Ray o Bon Iver hicieron más recientemente. Y este es solo un ejemplo.