Matías Singer: Hombre de fe

Fotos: Nato Olivera

Fotos: Nato Olivera

A poco de tocar con Los Nuevos Creyentes en el auditorio Vaz Ferreira en el ciclo Aut Out y mientras filma las últimas escenas de su primer protagónico en cine, Matías Singer ajustó los horarios de sus días sin rutina para hablar de un temprano debut en la música, su obsesión con los extraterrestres y cómo la música de los 60 lo salvó en sus peores momentos. 


Julia Peraza

Matías habla rápido y gesticula mucho, mira fijo con sus ojos claros y a cada rato suelta una carcajada. No puede quedarse quieto y siempre juguetea con algo en sus manos, sean los auriculares o un par de pilas de repuesto para el grabador. Su gata gris da vueltas sobre la mesa y el sillón mientras conversamos. Fue bautizada en honor a la cantautora chilena Violeta Parra, aunque con una ligera diferencia: la felina se llama Violeta Porro. 

Su living es un rectángulo angosto inundado de luz natural. En el pretil de la ventana que mira a la calle Colonia se extiende una hilera de plantas de marihuana con menos de 10 centímetros de estatura. Sobre la pared descansan una guitarra, un teclado, un atril y un enorme tocadiscos plateado marca Grundig.

Con Los Nuevos Creyentes acaba de editar en vinilo su primer LP, a través del sello Little Butterfly Records. Además de dedicarle tiempo a ensayar y grabar, Matías compone bandas sonoras y es actor. Está por estrenar su primer protagónico en un largometraje, pero su cara se ha repetido en cortos y series.

Muchas veces le cuesta llegar a fin de mes con pequeños trabajos aquí y allá. “Bicicleteo como loco las cuentas”, dice.  Aunque en algunos momentos se cuestiona la elección, siempre acaba optando por un estilo de vida donde no debe encerrarse ocho horas en una oficina. “Los trabajos que tienen que ver con ser un eslabón de un sistema más grande me sofocan”, argumenta Matías, que estuvo dos años como empleado en un canal y los recuerda como los peores de su vida. 

Socio de un club cannábico, los últimos días se dedicó a manicurar las plantas a cambio de algo de dinero. Así como esta semana fue manicurador, la pasada hizo una locución, la anterior actuó en una publicidad y mañana hará el sonido en un documental sobre un centro cultural.  “Cuando paso mucho tiempo sin nada entro a ver El Gallito”, cuenta.

Matías se levanta a calentar agua y me encomienda vigilar que Violeta no se acerque a sus plantas de marihuana. El animal las observa, brillantes y tiesas dentro de sus macetas improvisadas con vasos de espuma-plast, aunque mantiene una distancia prudente.

Su pasión por el cannabis lo llevó a cultivar para todos sus compañeros de sala de ensayo. “Me parece alucinante cruzarlas y repartirlas entre mis amigos. Probarlas, olerlas, como el vino”, cuenta emocionado. Para ordenar su consumo, al notar que podía estar todo el día fumando porro, decidió relacionarse de otra manera con la marihuana: “En vez de fumar hago cosas con las plantas”.

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Con 12 años comenzó a acercarse a la música, movido por la admiración hacia sus hermanos mayores que escuchaban Metallica y Guns N’ Roses. Ya desde allí comenzó a soñar con crear sus propias canciones: “Agarraba muñequitos y hacía como que eran la banda que tocaba”. 

En primero de liceo fundó el grupo de rap Doctor Psiquiatra, inspirado por el éxito de Peyote Asesino. A fin de año tuvieron su primera presentación en vivo en el comedor de la institución, defendiendo sus temas Planet Distraction y Perro Loco. Siempre se había sentido diferente a sus compañeros de clase, con otros gustos e intereses. Cuando se paró aquella noche sobre el escenario, Matías entendió que era su lugar y ya no tuvo vergüenza de ser el “bicho raro”. 

Su primer amor de la adolescencia lo llevó por la vereda del punk. Fue una chica argentina que conoció un verano en La Floresta: “La piba tenía todo con parches, remeras, el pelo de colores, me re deslumbró”. Así llegó a Fun People, mítica banda de los 90 que pudo escuchar en vivo en Arteatro. Todavía recuerda su impresión al ver la marea humana que se desgañitaba coreando cada tema. Hasta ese momento no sabía si era el único en Montevideo que los conocía. Fue el primero de muchos shows a los que fue con sus amigos del liceo, aunque sin trasnochar: a varios todavía los iban a busca los padres a la salida.  

Con el punk llegó Jardín de Infantes, su siguiente proyecto musical, que logró transgredir el ámbito del liceo para alcanzar un universo de clubes y bares. El nombre de la banda nació como un chiste a raíz de la edad de sus integrantes: “A todos les generábamos simpatía porque éramos re chicos. Teníamos 14 años, todos tenían 20”.

Quienes se sumergen en esa movida en su adolescencia acaban siendo un poco melómanos, opina Matías: “Las bandas de punk siempre te están tirando un guiño a lo anterior”. Fue así que llegaron a sus oídos grupos de los 60 con un sonido garagero y primitivo que resultaron el puntapié para Los Nuevos Creyentes. Mucho material producido en esa época “de tipos que grabaron un disco y ahora son abogados” quedó en el olvido. El lenguaje atemporal que proponían lo sedujo, así como su música libre de referencias. “Ahora escuchás algo y es como que ya lo escuchaste”, sentencia.  

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“No te digo que me volví loco, pero no sabía para dónde arrancar”, así empezó la década de los 20, sintiendo que todo “estaba en el aire”, saliendo mucho y experimentando con las drogas. La voz castigada de Roky Erickson, al que llegó por un disco perdido de su hermano, lo ayudó a atravesar la crisis. El cantante había estado internado en un psiquiátrico, lo que alimentó su interés y sensación de conexión. Roky lo condujo directo a la que sería la banda más importante de su vida, los 13th Floor Elevators, cuya imagen icónica lleva tatuada con arabescos rojos y verdes en al brazo.

Las melodías oscuras e introspectivas de los Elevators tienen mucho que ver con la música que compone hoy y despertaron su interés por la psicodelia. “Es de qué manera perderte y en eso que te perdés encontrar cosas -define-, algo que podés conseguir con un viaje de hongos o con una canción”. 

El misterio que envuelve a las bandas de los 60 que grabaron un tema y desaparecieron del mapa es el mismo que cuando era niño lo paralizaba de miedo al leer noticias sobre el incidente OVNI de Roswell, pero motivaba su curiosidad por los extraterrestres y el mundo paranormal. “Yo creo en todo a menos que se demuestre lo contrario”, argumenta Singer, desde presencias y fantasmas hasta seres que nos visitan de otros planetas y suben desde las profundidades del mar, como dice haber visto una vez.

Estaba solo una noche de verano. Tocaba la guitarra bajo el cielo estrellado de Valizas y escuchaba el ruido de las olas rompiendo en la orilla. De pronto, una esfera rojiza se elevó desde el mar y subió un par de metros para luego desaparecer sin dejar rastro. Sintió una conexión tan fuerte que no duda de que se trató de un suceso paranormal. Se fue a dormir a la carpa temblando y sin contarlo a sus amigos. Todos conocían su interés por el universo extraterrestre, así que temía no ser tomado en serio.  

Desde el proyecto solista Matías Cantante y Los Extraterrestres hasta el disco que decidió bautizar OVNI, las referencias a marcianos y seres sobrenaturales pueblan su trabajo. “Vos le podés tener fe a alguna cosa, pero también ponés algo tuyo ahí”, sostiene. La máxima también aplica para su banda actual. Ya desde el nombre proponen un juego con la religión, con su cuota de humor para restarle solemnidad: “Si nosotros fuéramos una secta religiosa sería súper parecido todo en cuanto a juntarnos tres veces por semana, definir lo que hacemos, a cuánto le ponés y cuánto vuelve”. 

Todas las letras del grupo son creadas por Matías. Muchas veces el tecladista Santiago Bogacz lleva una melodía y en algunos casos componen todos juntos. Bogacz lo describe como alguien humilde a la hora de trabajar, con entusiasmo por fusionar sus ideas con los aportes de los demás. “Cree fervientemente en la colaboración”, afirma. 

Antes de lanzar El Sonido Bendito de Los Nuevos Creyentes, la banda había presentado un EP homónimo que adelantaba su búsqueda musical. Con varios años en la vuelta, antes de internarse nuevamente en el estudio de grabación se replantearon su lugar. “Hubo un momento en que dije: si no pasa nada con el disco, si no se mueve un poquito y no le gusta a alguien que no conozco, ya fue”, cuenta Matías. Con sus nuevas canciones lograron trascender el círculo más íntimo y ahora el grupo se autosustenta por primera vez, sin la necesidad de pagar de su bolsillo la sala, la grabación y la edición.

Matías se pega al micrófono, canta con los ojos entrecerrados, alargando las vocales y marcando el ritmo con sus pies. Los 30º de temperatura no se sienten en la sala, donde los cables riegan el suelo de moquette y los estuches de guitarra se acumulan a los lados. Es uno de los últimos ensayos antes del toque del primero y repasan los temas mientras evalúan si prender otro porro.  

El disfrute y lo lúdico van de la mano con las dos carreras más importantes de Matías, la música y la actuación. A veces se siente como un niño, con sus creencias en los extraterrestres y su vida libre de pesadas responsabilidades. “Capaz que en algún momento debería decir: bueno, llegó la adultez”, afirma. Mientras tanto juega a experimentar con los mundos posibles, donde puede perderse para encontrarse. 

Al otro lado de la cámara

En sus años como estudiante de realización audiovisual Matías siempre acababa actuando en los ejercicios de clase. Un compañero de facultad lo vio en un corto y decidió recomendarlo para una serie:Piso 8. “Al principio me costó pero me di cuenta de que me encantaba, me gustaba mucho más que lo que estaba estudiando, que era para ser técnico”, dice. El primer día de rodaje estaba muy nervioso, nunca había cobrado tan bien y su trabajo como cadete en la peluquería de su madre no tenía ningún punto de contacto. Aunque la ansiedad fue notoria y el director le ordenó que al otro día volviera “más relajado”, su participación en la serie le abrió la puerta para futuros trabajos. 

Con pocos estudios formales en el tema, ya contaba con un manejo de su cuerpo y su voz tras años de presentaciones en vivo. Desde su punto de vista, el hecho de hablarle a varios a la vez desde arriba del escenario ya lo posiciona en un lugar de personaje. Por eso en los toques intenta no hablar mucho, buscando que primen canciones: “Como no tengo vergüenza y me gusta que me vean, si tiro un poquito de la piola del personaje se me va toda”.

Hermano del reconocido intérprete Daniel Hendler, que desde hace un tiempo ha incursionado en la dirección, Matías actuó en varios de sus proyectos. Según cuenta, trabajar con él no fue tan sencillo y han tenido varias peleas de hermanos en set. “Es recontra exigente. Con otros actores tiene un filtro que conmigo no, porque nos llevamos re bien, tenemos pila de confianza –asegura-. Me ha dicho cosas terribles, onda: ‘Sos malísimo. Si no fueras mi hermano te echo ya’. Que no es verdad, pero me lo dice ahí para descargar”. 

Su colaboración comenzó con el programa Guía 19172 y lo llevó a participar con un rol clave en la película El Candidato. Hace unos meses interpretó al cantante de una banda en la serie web Los Demonios, el último proyecto de Hendler. Ahora actúa y es técnico en Todos Detrás de Momo, dirigida por Pablo Stoll y Carlos Tanco, y filmó su primer protagónico en la película Hasta Caer, de Juani Monteverdi, a estrenarse en los próximos meses.