Kristel Latecki
En sus diez años de carrera, Franny Glass pasó de ser un cantautor influenciado por el folk pop anglosajón y de letras detalladamente descriptivas (ejemplificado en sus dos primeros discos: Con la mente perdida en intereses secretos, 2007 y Hay un cuerpo tirado en la calle, 2009), a interesarse más por capturar la esencia, el ritmo popular y la narrativa de la canción montevideana, pasándola por el tamiz de su sensibilidad y su guitarra (El podador primaveral, 2011; Planes, 2014).
Pero para su quinto álbum, que da comienzo a una nueva década, Gonzalo Deniz decidió, sobre la base de todo su trabajo anterior, imponerse desafíos compositivos e incorporar por primera vez a una banda estable -que influenció decididamente a la creación-, para salir con un disco más pop, con una mayor variedad y riqueza sonora, mientras mantiene fielmente la esencia de su estilo.
Sumar elementos electrónicos era en papel el gran cambio que Gonzalo incorporaría a su sonido, uno que podría haber llevado su proyecto hacia lugares más obvios o menos interesantes. Sin embargo, los sintetizadores, las bases loopeadas, las baterías programadas no fueron más que elementos que condimentaron sin sobreponerse; que trabajan en función de lo que siempre importa, que son las sutilezas de la composición y la letra. Pero también fue gracias a esos elementos que Franny Glass consiguió presentar las canciones más interesantes y creativas de su etapa más reciente, unas que ya consiguieron destacarse entre lo mejor de su excelente discografía.
Son los dos primeros temas del disco: Mañana sin memoria y No es lo que hablamos son los que muestran los resultados de su experimentación compositiva: letras austeras, armonías y sucesiones de acordes circulares, una sonoridad amplificada. El primer track es el mejor resultado de sus ejercicios: es una suerte de candombe pop donde el punteo de guitarra atrapa en un loop que libera al escucha recién al final del verso. No tiene estribillo ni tampoco lo necesita. Mientras que el segundo engancha gracias a su irregular tiempo de 7/8.
Estas canciones conviven perfectamente con temas más «clásicos», como Tremendo estruendo (otro bellísimo tema) y Cada corazón tiene un lugar (una canción muy Planes) y el primer corte del disco, Mientras el viento sopla afuera, que con sus elementos electrónicos la hace la canción bisagra entre ambos estilos.