Siento también que es un disco medio atípico para mi discografía y es atípico creo por cómo está estructurado. Y está bueno eso: encontrarte con algo que levemente te sorprenda. Más allá de que la música pueda variar un poco, hacer algo un poco caprichoso. Y me gusta jugar con las cosas que a priori te podrían criticar, o que digan que tal cosa no les gustó porque pierde cierta coherencia.
¿Cómo sentís que podría perder coherencia?
Por ejemplo, que en el disco entren otros cantantes y pareciera que fuera otro disco. Incluso no solo cambia la voz líder, sino que en lo instrumental también cambia. Cuando llega a la canción cinco del disco está cantando otra persona, y los instrumentos son otros. Eso quizás es lo que podría generarme más dudas, y al mismo tiempo fue lo que más me entusiasmaba hacer. Si lo íbamos a hacer, había que hacerlo realmente, que no quedara a medias. Sabía que no era un disco tan simétrico como puede ser Planes, ni tan coherente u homogéneo dentro de sí mismo, pero al mismo tiempo me gustaba eso, que tuviera ese desorden controlado.
Lo que me pasó cuando escuché el disco fue eso: sentí que fue un cambio, que fue una exploración, pero al mismo tiempo era Franny Glass. No dijiste que ibas a hacer electrónica y terminó siendo algo básico al estilo David Guetta.
Sí, por eso desde hacía tiempo que tenía ganas de trabajar con elementos de la música electrónica y le venía escapando. Porque es un terreno medio peligroso. Para el cantautor también es todo un tema. Hay muchos ejemplos, y uno puede ir a lo obvio y o volverse una cosa punchi punchi; o que sea lo mismo de siempre con ruiditos, ¿viste? Hay muchos lugares a donde podrías terminar yendo, y de las dos cosas hay ejemplos buenos y malos.
Por eso quería que mantuviera un poco la esencia, si bien la idea del disco era cambiar. Y en eso se trabajó bastante.
¿Cómo llegaste a ese punto justo donde el cambio se sentía pero no era algo agresivo y extraño?
Creo que ahí entra lo instintivo. Hay canciones que probamos con el bombo tirado en una secuencia en negras, y se iban a algo muy electrónico. Así que eso se sacaba y lo llevábamos para otro lado. Eso se hizo junto con la banda, y con mucha confianza en las opiniones de ellos. Hubiese sido mucho más difícil si yo hubiese tomado todas las decisiones, pero está Javier (Vaz Martins) que ya tiene experiencia con ese tipo de músicas.
Y también lo que nos interesaba era eso: ya que el proyecto puede citar cosas del folk, o del rock, o del candombe, que también la electrónica formara parte de eso. Cuando quise que mis canciones tuvieran algo de candombe no fue que llamé a una cuerda para que tocara atrás mío, sino que traté, dentro de mi estilo, hacer algo que se acercara a eso. Pero yo no hago candombe, no sé hacer candombe. Lo mismo me pasa con esto: no hacemos electrónica. Es un elemento más que entró dentro de la paleta que usamos, y eso también había que cuidarlo.
Me parece que tengo esa manera de trabajar que me gusta. Me gusta encontrar nuevas pautas para trabajar. Pero en realidad atrás siempre están las canciones. Este disco podría haber sido grabado acústico y serían las mismas canciones. Lo que cambia es la inquietud de cómo las quiero vestir.
Esas primeras canciones que abren el disco son las que tienen los elementos más electrónicos y al mismo tiempo son las que tienen también los ritmos irregulares. Salen de lo que es un tema electrónico cuadrado.
Sí, es verdad. Por ejemplo Mañana sin memoria tiene esa cosa muy derechita que la tira el bombo. Pero lo que yo hago en la guitarra tiene acentos en otras partes, tiene una cosa medio candombe, que es súper irregular en sus acentos. Fue una de las primeras canciones que hice y la primera que ensayamos con la banda. Desde el principio me imaginaba que iba a abrir el disco.
Y Mientras el vientos sopla afuera tiene una cosa medio ¿marcha camión? (Risas). Algo así. Pero que no está ni ahí explícita, está atrás del todo. A mí me gusta jugar con eso: citar cosas. No tratar de hacer un ejercicio de estilo ni ahí, porque no me saldría bien.
Es una asimilación, ¿no? De todo lo que suena en el aire a nivel uruguayo. Me acuerdo que cuando salió El Podador Primaveral decías que sentías que necesitabas tener un signo uruguayo, incorporar eso de la canción montevideana o uruguaya para llevarla a otros lados. Es algo que también te diferencia.
Sí, yo quería eso. Lo pensaba cuando fuimos a tocar a Estados Unidos al South By Southwest. No queríamos convertirnos en el baile exótico del Tercer Mundo, ir con una mama vieja y un gramillero (Risas). Eso pasa. Pero yo pensaba: “¿Qué tiene lo que yo hago de interesante para alguien que pasa caminando por la puerta y lo escucha? ¿Hacer una mala copia de la música que tienen ellos?”.
Cuando entrás en el tema de la identidad es peligroso, porque tampoco hay que hacer algo forzado para hacerte el uruguayo. Siempre cuando empezás a tocar querés copiar, y si sos demasiado bueno podés terminar con algo que no es más que eso: una copia muy bien hecha. Pero eso no tiene que ver con lo que te decía, me refiero a cuando pensás en la persona extranjera que escucha tu música y piensa que es Tame Impala pero son uruguayos, y cantan en un inglés peor, tienen peores equipos. Estoy generalizando obviamente.
Creo que cada uno tiene que hacer lo que quiere, pero son cosas que me pregunto cuando hago música. Ahora también me pregunto: “¿Qué? ¿Voy a seguir haciendo esto? ¿Voy a seguir buscando hacer cosas medio candomberas? ¡En algún momento hay que parar! ¿Qué más puedo hacer sin convertirme en un baile exótico del Tercer Mundo?” (Risas).
A priori y a la corrida, alguien que busca artistas de candombe no piensa en Franny Glass.
Obvio, porque no hago candombe. Es como eso: agarrar de todos lados. A veces crecés creyendo que lo foráneo es cool y lo local es terraja. Y lo que he intentado hacer en estos discos es hacer convivir toda la música que yo escucho. Tratar de sacar algo que tenga que ver con lo que me siento cómodo haciendo, y no sienta que soy un farsante. Y al mismo tiempo, tratar de generar algo novedoso. En algún momento quizás lo logre. Todavía no lo logré, porque la mayoría de la veces no pasa. Sobre todo porque yo soy fanático de la canción. Entonces, por más de que trate de romperla, voy a terminar haciendo canciones.
Todo se trata de generar algo con cierta identidad. Y ahí ya no me refiero al país que pertenezcas, sino a la composición como una extensión de tu persona. Que no seas vos tratando de ser una cosa que no sos. Son todas preguntas que me hago, y por eso te decía: “¿Ahora, en el próximo disco qué voy a hacer? ¡Las canciones no tienen por qué tener un ritmo de candombe Gonzalo!” (Risas).
¿Pensás que todavía no llegaste a plasmar esa identidad? ¿Sentís que te falta todavía?
No sé. Pasa que generalmente la corrés de atrás la identidad. Porque para mucha gente Franny Glass son mis primeros dos discos. Yo ya trabajé un montón y a veces me encuentro con que piensan que sigo siendo eso. Que no está mal, pero ya no estoy en ese lugar. Y este disco también es un capítulo nuevo para la gente que no está muy atenta a lo que estoy haciendo, y para la gente que sigue mi discografía también.
Con respecto a la identidad, yo siento que hay canciones que podrían asociarse, o un tipo de canción que se pueda asociar a lo que hago yo. Pero no sé. Son todas preguntas. No tengo certezas.
Volviendo a las canciones. Hablabas de que uno de los planteos que te hiciste fue romper el formato: sacarles el estribillo, que sean lo más austeras posibles. Eso claramente se ve en las primeras dos canciones y después se va desarrollando de diferentes maneras. ¿Cómo llegaste a esa austeridad?
Por ejemplo, en el caso de No es lo que hablamos fue ir sacando. Era una canción que tenía estrofa y estribillos, y en un momento estaba tocando la estrofa y en lugar de cambiar el estribillo seguí tocando esa parte. Le dejé más aire, podía seguir más como un trance, ¿viste?
Pero Tremendo estruendo fue al revés: eran todas estrofas. La guitarra tiene cinco golpes, y empezó siendo más parecida a Cada corazón tiene un lugar. Pero al arpegio original le pase una plancha por arriba, la hice más robotizada. Le saqué el swing medio de candombe o medio brasileño, quedó sin ningún tipo de movimiento de cadera (Risas).
Cuando la empezamos a tocar con la banda vi que le faltaba una parte B, y ahí armé el coro donde entran Matías y Lucía. Tenía esa austeridad, pero las canciones te terminan pidiendo cosas. Eso fue pasando en el proceso.
Y para Mañana sin memoria -esto no se lo dije ni a la banda- tenía la imagen de una murga post apocalíptica, en un lugar donde estaban todos los edificios derrumbados. Al principio me imaginaba que tenían que tocar con palos, porque no tenían redoblantes. ¡Ni siquiera es una murga la canción! Y quería tocar en la guitarra un candombe canción como los de Los Que Iban Cantando o Lazaroff, que tenía una manera súper agresiva de tocar. Quería hacer una canción que estuviese siempre en el mismo tono, con un arpegio repetitivo, que tuviese algo de candombe y las voces cantando una melodía súper monótona. Eso fue lo que tenía en mente cuando la hice.